viernes, 23 de marzo de 2012

Caso 2: Der Räuber, de Benjamin Heisenberg, por Maia Debowicz


El fantasma de la libertad

-¿Qué lo alegra de salir?
-No correr en círculos nunca más.

(Diálogo de Der raubber)

En los primeros cinco minutos de una película (de una buena película) se encuentra escondido el verdadero sentido del film. La puesta en escena alerta, advierte, cómo va a ser el recorrido del relato, de principio a fin. Es decisión del espectador descubrirlo o simplemente ignorarlo. Der raubber de Benjamin Heisenberg cumple esta característica como un ejemplo perfecto, basta con ver solo unos segundos de la primera escena para detectar las pistas anticipatorias como un espejo la psicología del protagonista, delatándonos cómo será el desenlace de la narración. Por ello es que para mí es inevitable volver a ver el inicio de una película apenas finalizada.
Johann Rettenberger es maratonista y ladrón de bancos. La cámara nos lo presenta corriendo en círculos dentro del patio de una cárcel. Luego de una charla con el oficial de libertad, Johann sale en libertad. Es complejo definir el concepto de libertad. Ya que a pesar que Johann no viva más entre rejas, no significa que sea libre y haya dejado de estar preso, preso de sí mismo. Frío, distante, crudo, cruelmente autoexigente, Johann es un gran misterio imposible de comprender. No puede evitar volver a robar bancos una y otra vez con la agilidad corporal que lo caracteriza, mientras corre maratones ganando siempre el trofeo de “campeón”. Ser el primero siempre implica una condición de individualidad y soledad, una competencia es una rivalidad  entre quienes aspiran a conseguir lo mismo. ¿Pero realmente quieren conseguir lo mismo?
Erika, la dueña de la casa en la que Johann vive, intenta alcanzarlo, conformarlo, llenar su vacío enigmático, pero Johann es insaciable y nada le es suficiente.
Johann sigue robando dinero sin cesar, para guardarlo en una bolsa de residuos, debajo de la cama, sin tocar un solo centavo de su gran tesoro. Johann no corre para robar. Roba para correr. Lo único que necesita es encontrar excusas para escapar, para salir huyendo. Pero ¿de qué se escapa Johann Rettenberger? ¿Qué es lo que no puede soportar?. Vive corriendo y a pesar de ello no avanza nunca. Se encuentra paralizado en un mismo sitio, sin posibilidad de moverse. Cada robo es una dosis de veneno que corre por su organismo, fabricando un futuro suicidio. Los golpes en los bancos lo convierten en una persona famosa e ideal para volver a encarcelar, sus movimientos llaman la atención de la Institución del orden como un niño provocando a sus padres, reclamándoles una mirada.
Finalmente, logra su objetivo inconciente y la policía, con la ayuda (¿y la traición?) de Erika, logra atraparlo por unas horas. El policía satisfecho asiste a una Erika culposa y le dice:
-Creo que estaba feliz que lo atrapáramos.
Johann volverá a escapar de la cárcel. Pero jamás será libre.
A menos que la muerte signifique libertad.

Mi escena favorita: Johann roba su primer banco post-cárcel y mientras amenaza a la gente con su rifle, un perro raza goldenretriever se acerca a la puerta automática produciendo que se abra una y otra vez. La acción se detiene por un segundo provocando tensión e incertidumbre dentro de la ficción y fuera de ella. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario