miércoles, 7 de marzo de 2012

Caso 1: The future, de Miranda July, por Maia Debowicz

AMOR LÍQUIDO
Enamorarse, desenamorarse y volverse a desenamorar…


La primera vez que ví The future fué en el festival de Mar del plata de 2011. Miranda July y su segundo largometraje fueron mi excusa para dedicar una semana completa de mi vida al séptimo arte. Eran las 17.30hs cuando en la sala apagaron las luces para dar comienzo a la película. Esos 91 minutos fueron los 5460 segundos más aterradores y desolados de mi cabeza, de mi corazón y de todo órgano que componga mi cuerpo. Me sentía en una complaciente pesadilla, soñando sola en la inmensa sala, atrapada en una historia que sabía no iba a poder escapar fácilmente. Cuando finalizó la función y prendieron violentamente las luces exageradamente blancas me sentía muy enfadada y confundida. Salí desorientada a la calle y entre medio de una sorpresiva lluvia me perdí ya que era la primera vez que visitaba la feliz. De repente me sentía Sophie sin saber para dónde caminar, cómo llegar al hotel y preguntándome sin obtener si me había gustado la película o no. Al otro día amanecí luego de una angustiante noche, convencida de la respuesta a mi interrogante, The future  no me gustó. Me encantó, pero se había introducido tanto en mis entrañas que no podía verla, no podía distinguirla de mi angustia.  Sólo Miranda July puede crear una película punzante, amenazante, cruel y totalmente bella. Miranda July ante todo es una artista que siempre se caracterizó por poseer una sensibilidad extrema, casi peligrosa, preocupada por la imposibilidad de conocer la felicidad, sufriendo por sentirse tan diferente a los demás, siendo un ser incomprendido que padece la soledad como una grave enfermedad que le aqueja. Así se muestra en sus cortometrajes y largometrajes presentándonos un espejo que sangra de dolor ajeno y propio. Su ópera prima Tu, yo y todos los demás retrataba a varios personajes que compartían las mismas limitaciones que los llevaba al mismo sentimiento: la soledad. Su personaje Christine Jesperson era una artista que creaba encerrada entre cuatro paredes y no se animaba a enfrentar a una galerista de arte para presentarle sus trabajos. Ella se escondía en su imaginación jugando con su inteligencia y su corazón, pero su soledad no era distinta a la de la galerista de arte y ese padecimiento era el que las unía, era una excusa mucho más importante que el arte. Su creatividad lograba convertirla de perdedora en heroína, triunfando tanto en el amor como en el ámbito profesional, la batalla contra la soledad estaba ganada. Pasaron seis años y llegó The future, una película de tan sólo dos personajes principales que por momentos parecen ser uno solo. Sophie (Miranda July) y Jason (Hamish Linklater) son una pareja con sus propios códigos que habitan un universo propio. Viven juntos, comparten la rutina, sus sueños abandonados y se consuelan con las travesías de su imaginación. Pero algo, mejor dicho, alguien va a cambiar su presente y su futuro, una gatita bastante fea y maltratda llamada “Paw Paw” esta por llegar a sus vidas rompiendo con la armonía del 1+1=1.  En treinta días el felino será un inquilino más dentro de su hogar y antes la fobia de sentirse demasiado comprometidos con alguien deciden abandonar sus trabajos, sus aburridas obligaciones para ocuparse de concretar sus sueños postergados. A pesar que son dueños del tiempo, no logran ser dueños de su vida y el tiempo comienza a derretirse, como su inmenso y aparente fuerte amor. Jason decide por casualidad vender árboles a $10 de puerta en puerta y Sophie intenta cada día  crear un baile y registrarlo para subirlo a Youtube . Sus vidas no sólo que no se vuelven más felices, sino que comienzan a apagarse triunfando por sobre todo, la individualidad. Comienzan a tomar decisiones sin sentido, sin razón, sólo por aburrimiento o quizás curiosidad, invitando a la inestabilidad a apropiarse de sus vidas. Mientras Paw Paw cuenta los días para que sus nuevos dueños vengan a buscarla, Sophie abandona el hogar que compartía con Jason para irse a vivir caprichosamente a la casa de un casi desconocido. De ahí en más la película es una bruma impredecible que llena de incertidumbre y claustofobia al espectador. Sophie nunca logrará crear su baile, Jason no venderá ni un solo árbol a otra persona que no sea Sophie y Paw Paw…jamás será adoptada y mimada como lo soñó entre rejas. Cómo en su ópera prima pero con muchísima más crueldad y precisión lo que unirá a estos 3 personajes es de nuevo, la soledad, como una epidemia que se contagia a distancia de ser humano  a ser humano por desear demasiado amor, o sencillamente, por desear demasiado.


Mi escena favorita: Jason le pregunta a Sophie si de verás quiere que detenga el tiempo y cuando ella afirma que si, él logra detenerlo con su imaginación y la complicidad del amor de Sophie. Es un instante mágico que trasciende la pantalla con sencillez y originalidad.


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