viernes, 23 de marzo de 2012

Crítico de lujo invitado: Marcos Vieytes




Cuestionario de Trauma Cinéfilo: 

Marcos Vieytes



1) ¿A qué le tenés miedo?:  A la imposibilidad de comunicarse.

2) Tus 5 directores favoritos: John Ford, Claude Sautet, Kiyoshi Kurosawa, Luis Buñuel, Werner Herzog.

3) Tus 10 películas preferidas:
   1- License to Live (K. Kurosawa)
   2- César et Rosalie (C. Sautet)
   3- La hora de religión (M.    Bellocchio)
   4- Ensayo de un crimen (L. Buñuel)
   5- El gran éxtasis del escultor en madera Steiner (W. Herzog)
   6- Love Streams (J. Cassavetes)
   7- Close Up (A. Kiarostami)
   8- El fantasma y la Sra. Muir (J. Mankiewicz)
   9- The Time That Remains (E. Suleiman)
  10- Regreso a casa (M. de Oliveira).

4) 1 película perfecta: Ninguna. Si es perfecta, es cerrada. Y eso significa que no podría entrar o salir de ella. Ninguna de las votadas en el punto anterior lo son, ni puedo asegurar que la lista vaya a ser igual dentro de algunos meses.

5) 1 director al que detestás: Spielberg, quizás.

6) 1 amor platónico cinéfilo: Romy Schneider.

7) ¿Qué es para vos el cine?. Una forma que piensa. Lo dijo un francés, no sé si Godard, Comolli, Deleuze u otro.


8)¿Cuál fue el máximo de películas que viste en un día?. Creo que cuatro.


9) Tu mayor trauma cinéfilo: Como en la pregunta 6, tendríamos que precisar lo de ‘trauma cinéfilo’. El cine no me ha causado ninguno, más bien me ha permitido lidiar con ellos. Si pienso en el trauma como una herida o marca psicosomática, revivo experiencias de esa índole en muchas de mis películas preferidas.


10) 1 película que descubriste últimamente: Le ciel esta a vous, de Jean Gremillon.


11) La película que nunca terminarás de entender: No me desvelo por entender, en tanto racionalizar, por completo ninguna película. Me gusta entender las películas con el cuerpo o con el inconsciente, que son inagotables, así que mis películas preferidas son películas que espero no terminan de entender nunca. Si ello sucediera, no podría comunicarme con ellas, me aburriría, y dejarían de ser mis películas preferidas.


12) La película que más veces viste: No sé si El padrino o Un corazón en invierno.


13) La película que te da vergüenza decir que te encanta: Cuando una película me encanta, no me da vergüenza decirlo. En este momento -porque el encantamiento no es duradero así que no corre para mis películas preferidas- estoy encantado por A Dangerous Method, de David Cronenberg.


14) Una película de la que te levantaste y te fuiste: Medianeras.


15) Una película que detestaste y después te termino convenciendo o viceversa:
La primera vez que vi Habemus Papam no me gustó, y la segunda vez sí. 
No recuerdo ningún caso inverso.

La crítica de lujo de Marcos Vieytes

       Hustle, de Robert Aldrich


Otro masazo de Robert Aldrich. Escribo esto pensando en Samuel Fuller. Más específicamente, en el plano de apertura de Calle sin retorno. Ese en el que un primer plano nos muestra un golpe de martillo sobre la cara de un negro. Flor de recibimiento para el espectador. Pero creo que Aldrich es un poco más sentimental que Fuller, aunque no sé si los Aznavour y Lelouch que andan por aquí son más cursis que el cantante glam-pop de Keith Carradine en la última película del tío Sam. Acá la cosa empieza con un plano de la Denueve en un balcón de madera. La cámara la toma en picado desde el aire. ¿Desde dónde está filmando Aldrich? Ese plano, como es fijo, debe ser en estudio. Pero después viene uno desde un helicóptero, y luego vuelve al plano fijo. ¿A qué obedecen estos cambios? Me recuerdan, otra vez, a Fuller, y su White Dog: la mezcla de clasicismo y autoconciencia deliberadamente bruta expuesta cuando filman una escena veneciana con backprojecting, hacen un chiste que involucra a Truffaut y, con él, la amorosa pero afectada cinefilia francesa, hasta que el perro blanco del título siembra el caos. Una de esas groseras exhibiciones del artificio, caligrafías de brocha gorda, se da en Hustle con los edificios en blanco y negro que se ven a través de la oficina de Ernest Borgnine, aunque toda la película es en color.

Lo que pasa es que esto es un noir, y de los más pesimistas que se hayan filmado. Terrible noir, romántico y desencantado como su duro protagonista, que tiene la obstinada manía de enamorarse perdidamente o de amar para perderse. El afiche de la época quiere venderlo como un thriller sexual. Burt Reynolds y Catherine Denueve parecen estar allí en una de aventuras parecida a las que filmaba Belmondo por esa época, pero acá no hay aventura posible. Europa, mas particularmente Roma y París, aparecen como paraísos o regresos inaccesibles para el policía divorciado que una vez estuvo allí trabajando, y para la puta de lujo que no vuelve porque en Los Angeles gana mucha más plata que allá, aunque extraña los restaurantes. En un momento dice que los McDonald's nunca llegarán a Francia, a lo que Reynolds le contesta que lo mismo dijeron de la Coca-Cola. EE.UU. está podrido y lo pudre todo. Reynolds se lo dice sin vueltas al padre de una piba muerta: "¿No olés las bananas? Esto es Guatemala con tele a color." El tercer mundo no existe y Europa aparece como una quimera. El destino es el mismo para todos y está implícito en este comentario de Reynolds: "Mi viejo estuvo en la Guerra Civil Española. Dijo que los españoles se mueren de un ataque al corazón, los franceses, alcohólicos, y los norteamericanos de entusiasmo."

El padre de la chica muerta es Ben Johnson, que no encarna un pasado idealizado como en The Last Picture Show, de Peter Bogdanovich, sino un pasado enfermo, mediocre, insatisfecho, de clase media baja. Volvió de la guerra de Corea trastornado, su mujer le puso los cuernos mientras lo sometían a electrochoques en un psiquiátrico, crió a una hija que adoraba sin saber que no era el padre biológico, la vio abandonar la casa, le avisan en la cancha que se suicidó, y se entera de cosas que no tranquilizarían a ningún padre. Del lado de la ley hay un policía blanco y otro negro. Uno que ya no cree en nada y otro que se desespera por creer (en la justicia y esas cosas). Uno que está divorciado, es padre de un hijo de 10 u 11 años al que no ve (ni él ni nosotros) en toda la película, vive con una puta que atiende una hot line adelante de él, y tiene que decidir si investiga las conexiones de la chica muerta con la prostitución, la pornografía y el abogado de un sindicato, o se hace el boludo. El otro es un negro. Vale decir, está pintado. Es al que Aldrich le da más ideales, pero eso ni siquiera alcanza para que tenga vida privada.

Como toda película de Aldrich, Hustle es imperfecta, desprolija, intensa (no por nada es uno de los contados cineastas estadounidenses que valoró el grotesco). Pero nada está al pedo. Y dice las cosas como son, sin anestesia, sin vueltas, sin disimulo. Va al frente, se expone, no quiere fingir. No hay final feliz. De algún que otro poderoso alguien puede vengarse, pero para salir indemne hace falta mucho culo, o la ayuda de alguien que esté dispuesto a perder todo lo que tiene, hasta la propia vida. Reynolds es como los personajes románticos que Bogart disfrazaba de cinismo, y casi que prefiere ver la ballena del Moby Dick de Huston por televisión, a coger con el minón que tiene a su lado en la cama. La película no es cruel, es impiadosa. Hay ciertas cosas que no se pueden ocultar aunque duela decirlas, o revelarlas. El momento en que le muestran la película a Ben Johnson es terrible, pero la dureza está en el hecho, no en cómo se lo filma. Porque Hustle no es perversa. No hay morbo en ella, sólo tristeza y nostalgia por un tiempo quizá inexistente en el que las cosas fueron puras, o por un mundo en el que debieran serlo, o por una vida en la que ese deseo no nos torture.


Caso 2: Der Räuber, de Benjamin Heisenberg






DURACIÓN: 90 min.

PAÍS: Alemania, Austria

DIRECTOR: Benjamin Heisenberg

AÑO: 2010

GUIÓN: Benjamin Heisenberg, Martin Prinz

FOTOGRAFÍA: Reinhold Vorschneider

MÚSICA: Lorenz Dangel 

REPARTO: Andreas Lust, Johann Bednar, Max Edelbacher, Walter Huber, Markus  Schleinzer, Peter Vilnai, Franziska Weisz
                                        
                              
                              Calificaciones Trauma Cinéfilo:

 


       LUCIANO ALONSO:  

NADIA MARCHIONE:  






Caso 2: Der Räuber, de Benjamin Heisenberg, por Luciano Alonso

Atrapado sin salida

Johann Rettenberg sale enlibertad luego de cumplir una condena de seis años por un intento de robo a unbanco. Mientras permaneció en prisión, no hizo más que entrenarinfatigablemente. Es aficionado a correr.
Lo primero que hace es alquilar unahabitación barata. Valiéndose de una máscara y un rifle, decide robar un banco.El temperamento de Johann es más bien el de un solitario apacible eintrovertido, aunque el robo lo excita manifiestamente.
Luego, asiste a una oficina deempleos. Allí, se reencuentra con Erika, con quien habría estado relacionadoantes de cumplir condena. Ella está ocupada con su trabajo y no puedenconversar en ese momento, pero luego Johann decide ir a visitarla. Ella es muybonita y amable. La madre de Erika, recientemente fallecida, sería el vínculoque los une. Erika le ofrece una de las habitaciones de la casa, donde Johannpuede instalarse hasta que su situación mejore. Johann participa de unaimportante maratón para corredores en Viena y gana el primer puesto. No obstante,vuelve a robar otro banco, con éxito. Se ha instalado en casa de Erika, quienno sospecha de sus atracos. Johann guarda el dinero de sus atracos en vulgaresbolsas de residuo, que esconde debajo de la cama.
Con la ayuda de un dispositivoelectrónico, Johann monitorea sus pulsaciones, que se aceleran notablemente enlos momentos delictivos.
Erika lo invita al cine. Seacuestan juntos.
Johann redobla la apuesta. Robaun importante banco y, mientras huye de la policía, roba otro banco. Ladistancia entre un banco y otro es apenas de unas cuadras. El operativo es unéxito. Consigue despistar a la policía.
Erika descubre el dineroescondido. Se siente desilusionada.
Johann compite nuevamente en unamaratón y vuelve a ganar. Luego de la competencia, es abordado por eldesconcertado asistente social, quien no consigue entender la razón por la queJohann parece tan mal predispuesto a colaborar. El asistente social se ponecargoso, lo acosa. Johann lo mata golpeándolo brutalmente en la cabeza con eltrofeo que acaba de ganar. Abandona el cuerpo sin vida del asistente social.Enseguida, la policía encuentra el cuerpo y relaciona los hechos. Interrogan aErika, quien ha perdido el rastro de Johann.
Al poco tiempo, Johann y Erika sereencuentran y Erika lo denuncia.
Arrestan a Johann, quien se fugaincluso antes de que pueda firmar su declaración.
Huye a través del bosquenocturno, en una escena onírica y bella, atravesada por una persecuciónangustiante y poética que se prolonga hasta el amanecer.
Johann secuestra a un solitariohombre entrado en años, quien vive en una cabaña que toma por asalto. Mientraslo maniata, el hombre se resiste y apuñala a Johann, hiriéndolo gravemente.Johann roba su automóvil y prosigue su fuga. Se desangra irremediablemente. Un helicópterode la policía lo ha identificado. Con asombrosa inteligencia estratégica,Johann burla la vigilancia, intercambiando ropa y automóvil con una víctima queaborda en un parador en la carretera.
No obstante, Johann estáterriblemente herido. La sangre asoma hasta su boca. Paralelamente, observamos a la angustiada Erika. Johann decide llamarla por teléfono móvil.
Johann quiere que ella loescuche, quiere saber que ella está del otro lado, mientras exhala su últimoaliento.
La última escena es terrible. La neblina y la carretera y el indolente movimiento del parabrisas conforman un momento de una epifanía agónica y cruel.
La película ha terminado y lasexplicaciones o justificaciones psicológicas o morales de la historia que acabade ser narrada, brillan por su ausencia.
Y es un extraño alivio que asísea.

Mi escena favorita: Erika descubre la máscara que utiliza Johann ydecide ponerse ella misma la máscara. No hace falta que diga una palabra. Sudolor y su desilusión llegan hasta el espectador, atravesando la máscara.


Caso 2: Der Räuber, de Benjamin Heisenberg, por Maia Debowicz


El fantasma de la libertad

-¿Qué lo alegra de salir?
-No correr en círculos nunca más.

(Diálogo de Der raubber)

En los primeros cinco minutos de una película (de una buena película) se encuentra escondido el verdadero sentido del film. La puesta en escena alerta, advierte, cómo va a ser el recorrido del relato, de principio a fin. Es decisión del espectador descubrirlo o simplemente ignorarlo. Der raubber de Benjamin Heisenberg cumple esta característica como un ejemplo perfecto, basta con ver solo unos segundos de la primera escena para detectar las pistas anticipatorias como un espejo la psicología del protagonista, delatándonos cómo será el desenlace de la narración. Por ello es que para mí es inevitable volver a ver el inicio de una película apenas finalizada.
Johann Rettenberger es maratonista y ladrón de bancos. La cámara nos lo presenta corriendo en círculos dentro del patio de una cárcel. Luego de una charla con el oficial de libertad, Johann sale en libertad. Es complejo definir el concepto de libertad. Ya que a pesar que Johann no viva más entre rejas, no significa que sea libre y haya dejado de estar preso, preso de sí mismo. Frío, distante, crudo, cruelmente autoexigente, Johann es un gran misterio imposible de comprender. No puede evitar volver a robar bancos una y otra vez con la agilidad corporal que lo caracteriza, mientras corre maratones ganando siempre el trofeo de “campeón”. Ser el primero siempre implica una condición de individualidad y soledad, una competencia es una rivalidad  entre quienes aspiran a conseguir lo mismo. ¿Pero realmente quieren conseguir lo mismo?
Erika, la dueña de la casa en la que Johann vive, intenta alcanzarlo, conformarlo, llenar su vacío enigmático, pero Johann es insaciable y nada le es suficiente.
Johann sigue robando dinero sin cesar, para guardarlo en una bolsa de residuos, debajo de la cama, sin tocar un solo centavo de su gran tesoro. Johann no corre para robar. Roba para correr. Lo único que necesita es encontrar excusas para escapar, para salir huyendo. Pero ¿de qué se escapa Johann Rettenberger? ¿Qué es lo que no puede soportar?. Vive corriendo y a pesar de ello no avanza nunca. Se encuentra paralizado en un mismo sitio, sin posibilidad de moverse. Cada robo es una dosis de veneno que corre por su organismo, fabricando un futuro suicidio. Los golpes en los bancos lo convierten en una persona famosa e ideal para volver a encarcelar, sus movimientos llaman la atención de la Institución del orden como un niño provocando a sus padres, reclamándoles una mirada.
Finalmente, logra su objetivo inconciente y la policía, con la ayuda (¿y la traición?) de Erika, logra atraparlo por unas horas. El policía satisfecho asiste a una Erika culposa y le dice:
-Creo que estaba feliz que lo atrapáramos.
Johann volverá a escapar de la cárcel. Pero jamás será libre.
A menos que la muerte signifique libertad.

Mi escena favorita: Johann roba su primer banco post-cárcel y mientras amenaza a la gente con su rifle, un perro raza goldenretriever se acerca a la puerta automática produciendo que se abra una y otra vez. La acción se detiene por un segundo provocando tensión e incertidumbre dentro de la ficción y fuera de ella. 


Caso 2: Der Räuber, de Benjamin Heisenberg, por Nadia Marchione

EL DEPORTE Y EL HOMBRE

El deporte necesita absolutamente de la disciplina.  Un cuerpo preparado para el deporte es un cuerpo que debe ser prudente, no sufrir faltas ni excesos, ser regular y preciso.  Sólo los de espíritu fuerte ante las tentaciones de la desmesura son los que pueden destacarse en los deportes.  Eso al menos es lo que se ve, eso es lo que se sabe, eso es lo que de chicos nos enseñan en la escuela.  El deporte profesional es para pocos, para los que son capaces de trascender la barrera del cansancio y las pasiones mundanas y convertirlo en destreza, en habilidad.

Der Räuber cuenta la historia de un hombre preparado física y espiritualmente para el deporte.  Para el deporte como fin en sí mismo y para el deporte como medio para llegar a conseguir otro objetivo.  El protagonista de esta historia está siempre en movimiento.  Su gran capacidad para correr y ganar premios en carreras y maratones es también la misma que utiliza para robar bancos.  Esa precisión, esa mesura y ese ritmo continuo, sin arrebatos y sin pausa, con total seguridad, que lo llevan a ganar una carrera, también lo llevan a ser el mejor en el robo a mano armada, prolijo, sin violencia y perfectamente aséptico (jamás dejar correr una gota de sangre, ni suya ni de los demás).  El perfecto control del deporte vuelve a este hombre infalible.  Un control tan absoluto sobre su cuerpo que su rostro casi no tiene expresión, casi se mimetiza con la máscara de látex que usa para los asaltos.

Pero para ejercer este control se necesita la soledad.  No puede haber terceros que interfieran.  En eso Johann Rettenberger, el protagonista de esta historia, es un experto.  Hombre de pocas palabras, gestos precisos y reflejos exactos (véase la escena donde está con el tutor en un lugar público y lo rozan accidentalmente; su reacción es prácticamente la de un animal, certera e inmediata), Rettenberger tuvo fácil la soledad en la cárcel; pero cuando sale se encuentra con una ex novia, tiene a su tutor siguiéndole los pasos de cerca y a toda la prensa encima porque se vuelve una figura prometedora del mundo deportivo.  El hombre ya no está solo.  Y se vuelve falible.  De a poco, muy de a poco, ese mundo externo que antes no podía mezclarse con una persona tan medida, se empieza a filtrar, hasta que sí, finalmente el equilibrio se rompe, la violencia se cuela por las grietas y lo impredecible empieza a tornarse un poco más habitual en este hombre. 
La película plantea varios motivos visuales interesantes, como los múltiples caminos por los que llega a meterse Rettenberger, pasillos que sólo él conoce, y donde puede manejar la situación, y es interesante cómo luego este mismo motivo es transgredido cuando deja la ruta para escapar por el bosque, sin rumbo fijo, cuando ya se ha desbordado emocionalmente y no tiene más control de sí mismo ni de la situación.

Asimismo, el paralelismo visual entre el artefacto de control (nuevamente el control) que se coloca siempre al ir a entrenar o a una maratón y la cinta que luego tiene que colocarse para que le sostenga la herida para no morir desangrado, o la imagen de los maratonistas corriendo con luces una carrera nocturna que luego parece repetirse cuando la policía lo persigue con sus linternas son sólo algunos ejemplos de que es una película muy pensada, donde cada imagen tiene su eco en la película toda y hace eco también en el espectador.
Sin embargo a mí me fue insuficiente.  Todos estos condimentos me parecen geniales, pero justamente me parece una película demasiado controlada y un tanto intelectual, que no deja ni un pequeño doblez en los personajes (no en el protagonista, en los otros, por ejemplo en Erika, su novia) para espiar un poco qué les pasa o qué quieren y para que el resto de los personajes ejerza algún contrapunto con la deshumanización de Rettenberger.  Quizá haya sido esa la intención: mantenernos afuera de la historia, que no nos sumerja, entender que el control lo está teniendo el director y no nosotros.  Y creo que en este punto pasa lo mismo (groseramente hablando) que con El Cisne Negro: La película llega a tener el mismo carácter que el personaje (aquí personaje frío, película fría, allí personaje frígido, película frígida) como si no se pudieran separar para lograr una textura un poco más compleja, un poquito más humana.

Mi escena favorita: La secuencia del encuentro con el viejo, sobre el final de la película, cuando en un momento lo vemos al viejo ya maniatado en plano contrapicado muy hitchcockiano que anticipa que algo va a pasar, que ese no es un simple anciano desvalido.  Esa escena, desde el comienzo, cuando Rettenberger le roba el auto y le lleva la bolsa (sí, las dos cosas, eso sí es humano), me parece genial.


viernes, 16 de marzo de 2012

Boletín especial: Sacate el diablo de tu corazón


Interrumpimos la programación habitual de este blog con un comunicado especial que nos afecta en nuestro carácter de consumidores cinéfilos y seres humanos viviendo en sociedad. En tanto individuos con poderes comunicantes, sentimos que es nuestra responsabilidad advertir a la población y el mundo de un creciente mal que nos aqueja y socava desde las raíces del infierno. El mismísimo Mefistófeles, también conocido como Satanás, Lucifer o Belcebú ha encarnado en un ser humano con apariencia de cineasta. Este individuo es conocido con el nombre de Gaspar Noé. Su maldad, solo equiparable a la de Plancton o Little Nicky, se nutre del incomprensible fanatismo de sus inocentes víctimas (estudiantes de cine atolondrados e intelectuales cretinos). Este ser Satánico ha sido engendrado inexplicablemente en el seno de una familia esplendorosa. Su padre no es otro que Luis Felipe Noé, gran artista y persona que ha sabido conquistar con amor y sabiduría el farragoso terreno del arte. El gen del mal nació un 27 de diciembre de 1963 en Buenos Aires, Argentina. Su maquiavélico plan comenzó a dar sus amargos frutos en 1998, cuando estrenó su aborrecible “Solo contra todos”. Desde entonces, ha ido trazando una obra minuciosa de mal gusto soez que la prensa canalla y el amarillismo más primitivo ha utilizado en beneficio propio, postulando una serie de premisas abortivas de inteligencia nula que se han repetido hasta el hartazgo y la saturación abyecta. La fórmula Noé es simple: 11% de violaciones + 27% abortos + 19% de utilización de fetos muertos + 21% violencia pornográfica + 5% drogadicción + 9% exhibición impúdica de cuerpos sin ropa + 8% sexo bruto. Su insaciabilidad demoníaca engendró una segunda película, llamada “Irreversible”, cuyo impacto fue inmediato y mortal. Estamos al tanto de espectadores que han caído muertos de pánico y miedo en las salas de cine. Es de público conocimiento que múltiples espectadores se han vuelto locos luego de haber sido expuestos a la proyección completa de tal película. Incluso hemos conversado con uno de ellos, ahora interno en un hospital psiquiátrico en condiciones infrahumanas. Insistía en su entrañable necesidad de comer fetos muertos, mientras los enfermeros intentaban disuadirlo de su intención de golpearse la cabeza con un matafuego. Aprovechamos este medio para pedir disculpas por no haber tomado las precauciones necesarias con anterioridad. Gaspar Noé lo ha hecho de nuevo. Ahora sí esperamos que el lector comprenda la gravedad del asunto y tome participación activa. El Jueves 15 de Marzo del año 2012, siete copias de su tercer película, concebida como “Enter the void”, han tomado las salas de cine de Buenos Aires. Es de capital importancia que se pongan en práctica las medidas necesarias ante este virus de propagación masiva. ADVERTENCIA: NO SE ACERQUEN A MENOS DE CIEN METROS DE LAS SALAS DE CINE CONTAMINADAS. Los inconcientes que no nos tomen en serio, corren el riesgo de que le crezcan pelos en las palmas de las manos y que les salgan gigantescos granos con pus a lo largo y a lo ancho de las nalgas y el rostro. Por lo demás, es cosa sabida que las mentiras más fabulosas son capaces de convertirse en verdad a fuerza de repetición. Basta que un mito se repita las suficientes veces para que se lo tome en serio. Es necesario que los estudiantes de Puan, FUC, CIC, CIEVyC  y los hipsters de turno entiendan que no son cool por conjurar al demonio, sino que están siendo víctimas de un proceso de deterioro intelectual que corre el riesgo de ser la razón principal de la extinción de los seres humanos en el Planeta Tierra. No repitas como loro que Gaspar Noé es delirante o provocativo. No recomiendes sus películas. No vayas a verlas. El futuro de la humanidad está en tus manos. FIN DEL COMUNICADO.  

Trauma Cinéfilo.
Viernes 16 de Marzo. 02:20 P.M.


miércoles, 7 de marzo de 2012

Caso 1: The Future, de Miranda July

The Future (2011)
de Miranda July



DURACIÓN: 91 min.
PAÍS: Estados Unidos
DIRECTOR: Miranda July
GUIÓN: Miranda July
MÚSICA: Jon Brion
FOTOGRAFÍA: Nikolai von Graevenitz
REPARTO: Miranda July, Hamish Linklater, David Warshofsky, Isabella Acres, Joe Putterlik
PRODUCTORA: Coproducción USA-Alemania
PREMIOS:
2011: Festival de Berlín: Sección oficial largometrajes
2011: Festival de Gijón: Sección oficial largometrajes a competición

Calificaciones Trauma Cinéfilo:

MAIA DEBOWICZ:

LUCIANO ALONSO: 

NADIA MARCHIONE: 



Caso 1: The Future, de Miranda July, por Luciano Alonso


YO, EL GATO

“Yo vivía con seres humanos, a quienes observaba atentamente. Cuanto mas los observaba, tanto mas me convencía de su carácter caprichoso.”

(Natsume Soseki)

La película comienza con el relato de Paw Paw, un gatito huérfano que permanece en una jaula, en un hospital para mascotas. Jason y Sophie lo han encontrado lastimado y lo han llevado hasta allí. El gato debe permanecer en observación durante 28 días, transcurridos los cuales, Jason y Sophie podrán llevárselo a vivir con ellos, tal como desean.

Jason y Sophie viven juntos, en un departamento. Son jóvenes y económicamente independientes. Jason es asesor técnico de un sitio virtual, por lo que trabaja desde su casa. Ella da clases de danza para niños. Cada cual tiene su propia computadora portátil y parecen encerrados dentro de sus propios mundos. Sin embargo están permanentemente comunicados entre ellos. De hecho, parecen entenderse a la perfección, congeniar de una manera simbiótica y perfecta.

Cuando están en el hospital para mascotas, Jason observa un cuadro de una niña realizado por un dibujante amateur, que permanece colgado en la cartelera. El retrato está a la venta y la niña retratada en el cuadro está presente justo en ese instante, contemplando con tristeza el cuadro que nadie ha querido comprar. Movido por la compasión o quién sabe por qué razón, Jason decide comprar el cuadro. Marshal, el autor del dibujo, anota su teléfono al dorso y le dice que, si acaso se arrepiente de su compra, puede llamarlo y le devolverá el dinero.

Mientras esperan que se cumpla el plazo en el que pueden llevar a casa a Paw Paw, revalúan las prioridades que han tenido hasta entonces, en sus respectivas vidas. Jason decide que desea cambiar de trabajo y, siguiendo un impulso casual, se alista voluntariamente como vendedor de árboles puerta a puerta. Sophie decide que realizará un baile artístico por día durante un mes, con intenciones de ir subiéndolos a la web. Pero no es capaz de realizar su proyecto y eso la llena de aprehensiones e inquietudes. Jason entiende rápidamente que su nuevo trabajo tampoco lo satisface. Por puro aburrimiento, compra un secador de pelo usado a través de una propaganda que ve casualmente en un periódico local.

Jason establecerá una relación de amistad con el vendedor de la secadora de pelo, que resulta ser un octogenario singularísimo. Por su parte, Sophie decide llamar a Marshall, el vendedor del retrato que ha comprado Jason. Sin que medien galanteos ni juegos de seducción demasiado deslumbrantes, Sophie simplemente acaba teniendo un affaire con Marshall, que resulta ser un hombre mayor que vive con su pequeña hija y lleva una vida bastante ordinaria y simple.

Sophie vuelve a ver una y otra vez a Marshall, hasta que debe tomar la decisión de abandonarlo o irse a vivir con él. En el preciso instante en el que planea confesarle a Jason su nueva situación, parecen confluir varias realidades alternativas en un mismo instante. Lo creíble y lo increíble al fin parecen confundirse y mezclarse. Entonces Jason es capaz de detener el tiempo y mantiene un diálogo metafísico con la luna. “El Océano es tan grande y yo estoy tan lejos. Me vendría bien algo de ayuda.”, le dice la luna en algún momento. Simultáneamente, los espectadores asisten a la cotidianeidad posible o real de la nueva vida de Sophie.

Entre una cosa y otra, el día en que debían ir a buscar a Paw Paw pasa y, como no han ido a recogerlo, en el hospital deciden sacrificarlo, pero su voz todavía persiste, transmitiendo sus pensamientos y sensaciones, desde el más allá.

En la última escena, ella regresa por sus cosas, mientras él lee un libro. Suena la canción que les pertenece, la canción que han elegido para ellos, que les recuerda el amor que sienten el uno por el otro. Todos esos momentos lucen simultáneamente lejanos y cercanos. Todo luce familiar y nuevo y la vida resulta ciertamente incomprensible e inatrapable.

Plantear que la película habla sobre la fragilidad de las emociones humanas, es quedarse corto. En realidad, plantea la fragilidad del sistema de comunicación tradicional. Miranda July recurre a nuevas maneras de expresar un lenguaje poético, realizado o reinventado a partir de objetos y situaciones cotidianas.

Los protagonistas son ñoños y encantadores de una manera singular. Al exponer o estilizar sus extravagancias, los espectadores tal vez pueden apreciar que el parecido con la realidad es mucho más grande de lo que podría parecer en una primera instancia. Después de todo, no parece gobernarnos más que el azar, creemos que entendemos todo y creemos que actuamos según decisiones tomadas previamente con sabiduría y tino, pero tal vez no hacemos más que improvisar sobre la marcha.

Todo es absurdo de alguna manera, incluso cuando luce ordinario. Desde cierta perspectiva, incluso lo ordinario es potencialmente convertible en algo absurdo, genial e increíble. Todos los escenarios y personajes parecen haber sido dispuestos de tal manera que su funcionalidad se discute apenas ha sido planteada. El gato, que hace de hilo conductor de toda la película, al final ni siquiera es un gato. Todo es trascendido en su propia condición, tal como, con algo de suerte, le sucede a los propios espectadores.

Voilá.


Mi escena favorita: Sophie ha llamado a Marshall, sin conocerlo. Piensa que tal vez pueden ser vecinos. Para corroborarlo, grita por la ventana. Si Marshall efectivamente es su vecino, podrá escucharla.






Caso 1: The Future, de Miranda July, por Nadia Marchione

VOLVER AL FUTURO
Ver por segunda vez El Futuro no es para mí una tarea sencilla.  Hay muchas cosas en esa película que me resultan tan familiares que me dificultan mirarla sin llorar desconsoladamente (llorar de empatía, de conmoción o vaya uno a saber de qué).  Como si se activara algo en mí que se emparenta  automáticamente con esa joven pareja de 35 años que decide cuidar de alguien más pequeño e indefenso que ellos, que decide que a partir de ahora sus vidas cambiarán y que no estarán solos y entonces, en ese último mes de vida siendo sólo 2  deciden hacer algo que los haga sentir libres casi por última vez en sus vidas.Hay en ese vértigo de la decisión de cuidar a un gato enfermo y callejero, en esa importancia que ambos le dan, en ese darse cuenta de que cuando sean 3 algo se termina  para siempre, que me conmueve desde el principio.  Con lo cual El Futuro se convierte para mí en una película tan amarga como llena de vida.  Creo que en esa tensión entre vitalidad y amargura o nostalgia reside la profunda humanidad de la visión del mundo de Miranda July, su realizadora y protagonista.
Aclarada mi imposibilidad de abordar la película sin sentir una empatía quizá generacional con su mirada, intentaré abordarla desde tres de sus múltiples elementos.  Porque El Futuro, como toda buena película, nos habla con cada una de sus partes del todo.  En cada uno de sus planos, en cada elección de Miranda July, respira la película entera.  En cada recorte que podamos hacer vemos un futuro inmediato, un paso del tiempo cotidiano, real, ese que se siente en los rincones de una casa, en la humedad de las paredes, el paso del tiempo que no tiene que ver con las arrugas ni los efectos de maquillaje, el que percibimos sólo a veces, cuando “detenemos el tiempo” y miramos alrededor.

Soy el futuro
Hace un tiempo leí que lo que diferenciaba las casas donde vive una sola persona de aquellas donde vive más gente es la prolijidad.  Las casas de una sola persona tienen todo ordenado para ser mostrado, para ser visitado, como un museo de uno mismo que uno va creando alrededor suyo.  Cada cosa tiene su lugar elegido, no hay azar en la disposición de los objetos.  En cambio, las casas habitadas por más de una persona suelen verse más caóticas.  El criterio de más de uno en la decoración de una casa ya hace que algo se desacomode; incluso suele haber “adornos involuntarios”,  es decir cosas que no tienen lugar asignado que andan dando vueltas por ahí y nadie sabe dónde poner, huellas de vida, del paso de alguien que apoyó un vaso fuera de lugar y ahí quedó.
La secuencia de títulos de El Futuro muestra pequeñas postales de una casa habitada por 2.  Un foco quemado que nunca más se repuso, una lámina al revés, las medias colgando de la canilla del baño.  Muestras involuntarias de vida, vida que no es más que el paso del tiempo.  Un tiempo corto, cotidiano pero que no deja de ser tiempo que pasa.  La vida es el futuro.  Por eso no es necesario que el juego del  detenimiento del tiempo sea real; el tiempo en la película de Miranda July respira al compás de la película.

Ser tres
Él: ¿Entonces de veras estamos haciendo lo correcto?
Ella: Creo que sí.  Sí.  Creo que estamos listos. 
Él: Listos para… (silencio)
Él: Sí.  Creo que lo estamos.
Este pequeño diálogo pertenece a la escena con mayor contacto físico que tiene esta pareja en la película entera.  ¿De qué hablan? Así, descontextualizada, podrían estar hablando de cualquier cosa.  Si uno la ve, ve sus miradas, su forma de llevar los silencios, pero no ha visto nada de la película, podría pensar que están hablando de ser padres.  Y no, o sí, están hablando de la adopción de un gato, de un gato que necesita cuidados porque está enfermo.
Me detengo en esta escena no sólo porque me parece maravillosa por lo que dice sino por lo que no se dice.  Sus miradas, del uno con el otro, son de un entendimiento que genera en el espectador la clara sensación de que se está jugando mucho más que la adopción de ese gato.  Se está jugando el porvenir de una pareja.  Este acuerdo con el espectador es básico para entrar en la película; esta importancia del asunto es vital para entrar en este universo donde esa pequeña decisión será la que dispare tantas sensaciones en los personajes.
Y pienso entonces en qué es lo que realmente se está jugando en esta escena con respecto a la película toda.  Y pienso en esa recepcionista que apareció antes con su afán de acumulación de visitas en un video de internet, en esa nena que aparecerá después inmortalizada por su padre en un retrato hiperrealista, en ese padre que se convertirá en un tercero en la pareja, en estos dos comenzando a decidir sobre su último mes de vida sin mascota, y no puedo evitar pensar en lo chicos que nos sentimos todos cuando estamos solos, en la oscuridad debajo de la manta a la que hacen alusión los chicos en la clase de ballet (que no es otra que la oscuridad de la que habla el gato al comienzo de la película), y entonces creo en tender que El Futuro no habla de otra cosa que de la soledad, y de cómo frente a la soledad inherente a todo ser humano lo que buscamos es la trascendencia.  Trascender en otro, en un hijo, en el cuidado de una mascota, en un retrato o en un video de internet.  Pero salir de uno mismo, buscar afuera esa compañía de la que esencialmente estamos desprovistos.  Por eso es que de alguna manera El Futuro nos habla del ser padres, pero no en el sentido restringido de “tener un hijo”, sino en el sentido más amplio, de descentrarse para sentirse un poco más acompañado, de desordenar la habitación, respirar de a dos, o de a tres, o detener el tiempo para que pasen más cosas.

Mirando a Miranda
Los ojos tristes de Miranda July son ese otro elemento en el que me gustaría entrar.  Son casi transparentes, como de un ser de otro planeta.  Esos ojos son con los que ve el mundo.  Miranda July tiene una sensibilidad tan particular y poblada de matices que es difícil que encaje en un molde: es artista plástica, es cineasta, es actriz.  Y a todo le imprime su sello;  su mundo es tan particular que no puede dejar de sernos familiar.  No busca complacer ni dar grandes discursos, su obra es chiquita y precisa, pero es justamente a partir de esa precisión que se vuelve universal, como si llegara a conocer algo del alma humana que sólo puede ver con esos ojos transparentes.  Su forma de hablar, su tono de voz como pidiendo permiso, con un hilo de voz casi dubitativo, todo se vuelve hipnótico, querible y humano en ella.  Miranda respira.  Definitivamente es eso. Ese verbo que me dio vueltas en la cabeza y el discurso desde que comencé a escribir esto: respirar.  Miranda July respira y comparte las cosas que le gusta hacer.  Es por eso quizá que El Futuro me conmueve.  No hay nada en ella que sea pretencioso.  Miranda July genera una belleza tan sintética y particular que no sólo respira sino que nos permite respirar con ella, nos deja respirar en su calma.  Como si de repente todo nuestro mundo, ese cotidiano y conocido, pudiera adquirir esa trascendencia de la que antes hablábamos sin grandes cambios, sin vueltas de hoja, así, jugando a detener el tiempo y seguir respirando.

Mi escena favorita: La llegada de ella del trabajo, cuando se pone a bailar y charlan casualmente.  Ella hace chistes con su profesión y acto seguido comienza la conversación sobre decidir tener el gato.  Esa cotidianeidad, ese amor de todos los días me conmueve y me maravilla.


Caso 1: The future, de Miranda July, por Maia Debowicz

AMOR LÍQUIDO
Enamorarse, desenamorarse y volverse a desenamorar…


La primera vez que ví The future fué en el festival de Mar del plata de 2011. Miranda July y su segundo largometraje fueron mi excusa para dedicar una semana completa de mi vida al séptimo arte. Eran las 17.30hs cuando en la sala apagaron las luces para dar comienzo a la película. Esos 91 minutos fueron los 5460 segundos más aterradores y desolados de mi cabeza, de mi corazón y de todo órgano que componga mi cuerpo. Me sentía en una complaciente pesadilla, soñando sola en la inmensa sala, atrapada en una historia que sabía no iba a poder escapar fácilmente. Cuando finalizó la función y prendieron violentamente las luces exageradamente blancas me sentía muy enfadada y confundida. Salí desorientada a la calle y entre medio de una sorpresiva lluvia me perdí ya que era la primera vez que visitaba la feliz. De repente me sentía Sophie sin saber para dónde caminar, cómo llegar al hotel y preguntándome sin obtener si me había gustado la película o no. Al otro día amanecí luego de una angustiante noche, convencida de la respuesta a mi interrogante, The future  no me gustó. Me encantó, pero se había introducido tanto en mis entrañas que no podía verla, no podía distinguirla de mi angustia.  Sólo Miranda July puede crear una película punzante, amenazante, cruel y totalmente bella. Miranda July ante todo es una artista que siempre se caracterizó por poseer una sensibilidad extrema, casi peligrosa, preocupada por la imposibilidad de conocer la felicidad, sufriendo por sentirse tan diferente a los demás, siendo un ser incomprendido que padece la soledad como una grave enfermedad que le aqueja. Así se muestra en sus cortometrajes y largometrajes presentándonos un espejo que sangra de dolor ajeno y propio. Su ópera prima Tu, yo y todos los demás retrataba a varios personajes que compartían las mismas limitaciones que los llevaba al mismo sentimiento: la soledad. Su personaje Christine Jesperson era una artista que creaba encerrada entre cuatro paredes y no se animaba a enfrentar a una galerista de arte para presentarle sus trabajos. Ella se escondía en su imaginación jugando con su inteligencia y su corazón, pero su soledad no era distinta a la de la galerista de arte y ese padecimiento era el que las unía, era una excusa mucho más importante que el arte. Su creatividad lograba convertirla de perdedora en heroína, triunfando tanto en el amor como en el ámbito profesional, la batalla contra la soledad estaba ganada. Pasaron seis años y llegó The future, una película de tan sólo dos personajes principales que por momentos parecen ser uno solo. Sophie (Miranda July) y Jason (Hamish Linklater) son una pareja con sus propios códigos que habitan un universo propio. Viven juntos, comparten la rutina, sus sueños abandonados y se consuelan con las travesías de su imaginación. Pero algo, mejor dicho, alguien va a cambiar su presente y su futuro, una gatita bastante fea y maltratda llamada “Paw Paw” esta por llegar a sus vidas rompiendo con la armonía del 1+1=1.  En treinta días el felino será un inquilino más dentro de su hogar y antes la fobia de sentirse demasiado comprometidos con alguien deciden abandonar sus trabajos, sus aburridas obligaciones para ocuparse de concretar sus sueños postergados. A pesar que son dueños del tiempo, no logran ser dueños de su vida y el tiempo comienza a derretirse, como su inmenso y aparente fuerte amor. Jason decide por casualidad vender árboles a $10 de puerta en puerta y Sophie intenta cada día  crear un baile y registrarlo para subirlo a Youtube . Sus vidas no sólo que no se vuelven más felices, sino que comienzan a apagarse triunfando por sobre todo, la individualidad. Comienzan a tomar decisiones sin sentido, sin razón, sólo por aburrimiento o quizás curiosidad, invitando a la inestabilidad a apropiarse de sus vidas. Mientras Paw Paw cuenta los días para que sus nuevos dueños vengan a buscarla, Sophie abandona el hogar que compartía con Jason para irse a vivir caprichosamente a la casa de un casi desconocido. De ahí en más la película es una bruma impredecible que llena de incertidumbre y claustofobia al espectador. Sophie nunca logrará crear su baile, Jason no venderá ni un solo árbol a otra persona que no sea Sophie y Paw Paw…jamás será adoptada y mimada como lo soñó entre rejas. Cómo en su ópera prima pero con muchísima más crueldad y precisión lo que unirá a estos 3 personajes es de nuevo, la soledad, como una epidemia que se contagia a distancia de ser humano  a ser humano por desear demasiado amor, o sencillamente, por desear demasiado.


Mi escena favorita: Jason le pregunta a Sophie si de verás quiere que detenga el tiempo y cuando ella afirma que si, él logra detenerlo con su imaginación y la complicidad del amor de Sophie. Es un instante mágico que trasciende la pantalla con sencillez y originalidad.


Cuestionario de Trauma Cinéfilo: Nadia Marchione

1) ¿A qué le tenés miedo?: A lo que no tiene explicación.

2) Tus 5 directores favoritos:
1-David Lynch
2-Luis Buñuel
3-Won KarWai
4-Orson Welles
5-John Cassavetes

3) Tus 10 películas preferidas:

1-Terciopelo Azul, de David Lynch.
2-Belle de Jour, de Luis Buñuel. 
3-Persona, de Ingmar Bergman. 
4-Los Rubios, de Albertina Carri.
5-Con ánimo de amar, de Won Kar Wai.
6-Los excéntricos Tenembaum, de Wes Anderson.
7-Opening Night, de John Cassavetes.
8-The Bell Boy, de Jerry Lewis
9-Jogo de Cena, de Eduardo Coutinho
10-Bailarina en la Oscuridad, de Lars von Trier 

4) Una película perfecta: (una que vi hace poco para acotar más la búsqueda)
La Doppia Hora. 

5) Un director al que detestás: Lars Von Trier.

6) Un amor platónico cinéfilo: Jason Segel y Michelle Williams.

7) ¿Qué es para vos el cine?: Escapar un rato.  Un placer.

8) ¿Cuál fue el máximo de películas que viste en un día?: 6 (en un Bafici.  No me acuerdo de ninguna.  Fue como una gran borrachera)

9) Tu mayor trauma cinéfilo: En la película de Anteojito (si hay alguien que traumó mi niñez, ese fue García Ferré), Anteojito, no recuerdo cómo ni por qué, pero se hacía famoso. Entooooncesniguneaba a Antifaz (a quien yo recuerdo como su papá, pero no sé bien si esa era su relación).  Durante años, el sólo recuerdo de esa escena de ninguneo me provocó un dolor de panza horrible y un sentimiento de culpa terriblemente feroz(psicólogos abstenerse de interpretaciones ligeras).

10) Una película que descubriste últimamente: Construcción de una ciudad, de Néstor Frenkel.

11) La película que nunca terminarás de entender: El año pasado en Mariembad (y cómo me fascina tratar de descifrarla…)

12) La película que más veces viste: Esperando la carroza (sello generacional supongo, en la tele no puedo evitar quedarme cuando la pasan, me sé los diálogos de memoria) y Cuatro Bodas y un Funeral, que me acompañó durante mis años de insomnio.

13) La película que te da vergüenza decir que te encanta: Los amantes del círculo polar, de Julio Medem (tanto me repitieron lo ñoña y cursi que supuestamente es que empecé a ocultar casi sin darme cuenta mi amor incondicional por ella).

14) Una película de la que te levantaste y te fuiste: La noche del coyote.

15) Una película que detestaste y después te terminó convenciendo o viceversa: Tengo la sensación de que me pasó mil veces, pero no me acuerdo de ninguna.