miércoles, 7 de marzo de 2012

Caso 1: The Future, de Miranda July, por Luciano Alonso


YO, EL GATO

“Yo vivía con seres humanos, a quienes observaba atentamente. Cuanto mas los observaba, tanto mas me convencía de su carácter caprichoso.”

(Natsume Soseki)

La película comienza con el relato de Paw Paw, un gatito huérfano que permanece en una jaula, en un hospital para mascotas. Jason y Sophie lo han encontrado lastimado y lo han llevado hasta allí. El gato debe permanecer en observación durante 28 días, transcurridos los cuales, Jason y Sophie podrán llevárselo a vivir con ellos, tal como desean.

Jason y Sophie viven juntos, en un departamento. Son jóvenes y económicamente independientes. Jason es asesor técnico de un sitio virtual, por lo que trabaja desde su casa. Ella da clases de danza para niños. Cada cual tiene su propia computadora portátil y parecen encerrados dentro de sus propios mundos. Sin embargo están permanentemente comunicados entre ellos. De hecho, parecen entenderse a la perfección, congeniar de una manera simbiótica y perfecta.

Cuando están en el hospital para mascotas, Jason observa un cuadro de una niña realizado por un dibujante amateur, que permanece colgado en la cartelera. El retrato está a la venta y la niña retratada en el cuadro está presente justo en ese instante, contemplando con tristeza el cuadro que nadie ha querido comprar. Movido por la compasión o quién sabe por qué razón, Jason decide comprar el cuadro. Marshal, el autor del dibujo, anota su teléfono al dorso y le dice que, si acaso se arrepiente de su compra, puede llamarlo y le devolverá el dinero.

Mientras esperan que se cumpla el plazo en el que pueden llevar a casa a Paw Paw, revalúan las prioridades que han tenido hasta entonces, en sus respectivas vidas. Jason decide que desea cambiar de trabajo y, siguiendo un impulso casual, se alista voluntariamente como vendedor de árboles puerta a puerta. Sophie decide que realizará un baile artístico por día durante un mes, con intenciones de ir subiéndolos a la web. Pero no es capaz de realizar su proyecto y eso la llena de aprehensiones e inquietudes. Jason entiende rápidamente que su nuevo trabajo tampoco lo satisface. Por puro aburrimiento, compra un secador de pelo usado a través de una propaganda que ve casualmente en un periódico local.

Jason establecerá una relación de amistad con el vendedor de la secadora de pelo, que resulta ser un octogenario singularísimo. Por su parte, Sophie decide llamar a Marshall, el vendedor del retrato que ha comprado Jason. Sin que medien galanteos ni juegos de seducción demasiado deslumbrantes, Sophie simplemente acaba teniendo un affaire con Marshall, que resulta ser un hombre mayor que vive con su pequeña hija y lleva una vida bastante ordinaria y simple.

Sophie vuelve a ver una y otra vez a Marshall, hasta que debe tomar la decisión de abandonarlo o irse a vivir con él. En el preciso instante en el que planea confesarle a Jason su nueva situación, parecen confluir varias realidades alternativas en un mismo instante. Lo creíble y lo increíble al fin parecen confundirse y mezclarse. Entonces Jason es capaz de detener el tiempo y mantiene un diálogo metafísico con la luna. “El Océano es tan grande y yo estoy tan lejos. Me vendría bien algo de ayuda.”, le dice la luna en algún momento. Simultáneamente, los espectadores asisten a la cotidianeidad posible o real de la nueva vida de Sophie.

Entre una cosa y otra, el día en que debían ir a buscar a Paw Paw pasa y, como no han ido a recogerlo, en el hospital deciden sacrificarlo, pero su voz todavía persiste, transmitiendo sus pensamientos y sensaciones, desde el más allá.

En la última escena, ella regresa por sus cosas, mientras él lee un libro. Suena la canción que les pertenece, la canción que han elegido para ellos, que les recuerda el amor que sienten el uno por el otro. Todos esos momentos lucen simultáneamente lejanos y cercanos. Todo luce familiar y nuevo y la vida resulta ciertamente incomprensible e inatrapable.

Plantear que la película habla sobre la fragilidad de las emociones humanas, es quedarse corto. En realidad, plantea la fragilidad del sistema de comunicación tradicional. Miranda July recurre a nuevas maneras de expresar un lenguaje poético, realizado o reinventado a partir de objetos y situaciones cotidianas.

Los protagonistas son ñoños y encantadores de una manera singular. Al exponer o estilizar sus extravagancias, los espectadores tal vez pueden apreciar que el parecido con la realidad es mucho más grande de lo que podría parecer en una primera instancia. Después de todo, no parece gobernarnos más que el azar, creemos que entendemos todo y creemos que actuamos según decisiones tomadas previamente con sabiduría y tino, pero tal vez no hacemos más que improvisar sobre la marcha.

Todo es absurdo de alguna manera, incluso cuando luce ordinario. Desde cierta perspectiva, incluso lo ordinario es potencialmente convertible en algo absurdo, genial e increíble. Todos los escenarios y personajes parecen haber sido dispuestos de tal manera que su funcionalidad se discute apenas ha sido planteada. El gato, que hace de hilo conductor de toda la película, al final ni siquiera es un gato. Todo es trascendido en su propia condición, tal como, con algo de suerte, le sucede a los propios espectadores.

Voilá.


Mi escena favorita: Sophie ha llamado a Marshall, sin conocerlo. Piensa que tal vez pueden ser vecinos. Para corroborarlo, grita por la ventana. Si Marshall efectivamente es su vecino, podrá escucharla.






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