viernes, 23 de marzo de 2012

Caso 2: Der Räuber, de Benjamin Heisenberg, por Nadia Marchione

EL DEPORTE Y EL HOMBRE

El deporte necesita absolutamente de la disciplina.  Un cuerpo preparado para el deporte es un cuerpo que debe ser prudente, no sufrir faltas ni excesos, ser regular y preciso.  Sólo los de espíritu fuerte ante las tentaciones de la desmesura son los que pueden destacarse en los deportes.  Eso al menos es lo que se ve, eso es lo que se sabe, eso es lo que de chicos nos enseñan en la escuela.  El deporte profesional es para pocos, para los que son capaces de trascender la barrera del cansancio y las pasiones mundanas y convertirlo en destreza, en habilidad.

Der Räuber cuenta la historia de un hombre preparado física y espiritualmente para el deporte.  Para el deporte como fin en sí mismo y para el deporte como medio para llegar a conseguir otro objetivo.  El protagonista de esta historia está siempre en movimiento.  Su gran capacidad para correr y ganar premios en carreras y maratones es también la misma que utiliza para robar bancos.  Esa precisión, esa mesura y ese ritmo continuo, sin arrebatos y sin pausa, con total seguridad, que lo llevan a ganar una carrera, también lo llevan a ser el mejor en el robo a mano armada, prolijo, sin violencia y perfectamente aséptico (jamás dejar correr una gota de sangre, ni suya ni de los demás).  El perfecto control del deporte vuelve a este hombre infalible.  Un control tan absoluto sobre su cuerpo que su rostro casi no tiene expresión, casi se mimetiza con la máscara de látex que usa para los asaltos.

Pero para ejercer este control se necesita la soledad.  No puede haber terceros que interfieran.  En eso Johann Rettenberger, el protagonista de esta historia, es un experto.  Hombre de pocas palabras, gestos precisos y reflejos exactos (véase la escena donde está con el tutor en un lugar público y lo rozan accidentalmente; su reacción es prácticamente la de un animal, certera e inmediata), Rettenberger tuvo fácil la soledad en la cárcel; pero cuando sale se encuentra con una ex novia, tiene a su tutor siguiéndole los pasos de cerca y a toda la prensa encima porque se vuelve una figura prometedora del mundo deportivo.  El hombre ya no está solo.  Y se vuelve falible.  De a poco, muy de a poco, ese mundo externo que antes no podía mezclarse con una persona tan medida, se empieza a filtrar, hasta que sí, finalmente el equilibrio se rompe, la violencia se cuela por las grietas y lo impredecible empieza a tornarse un poco más habitual en este hombre. 
La película plantea varios motivos visuales interesantes, como los múltiples caminos por los que llega a meterse Rettenberger, pasillos que sólo él conoce, y donde puede manejar la situación, y es interesante cómo luego este mismo motivo es transgredido cuando deja la ruta para escapar por el bosque, sin rumbo fijo, cuando ya se ha desbordado emocionalmente y no tiene más control de sí mismo ni de la situación.

Asimismo, el paralelismo visual entre el artefacto de control (nuevamente el control) que se coloca siempre al ir a entrenar o a una maratón y la cinta que luego tiene que colocarse para que le sostenga la herida para no morir desangrado, o la imagen de los maratonistas corriendo con luces una carrera nocturna que luego parece repetirse cuando la policía lo persigue con sus linternas son sólo algunos ejemplos de que es una película muy pensada, donde cada imagen tiene su eco en la película toda y hace eco también en el espectador.
Sin embargo a mí me fue insuficiente.  Todos estos condimentos me parecen geniales, pero justamente me parece una película demasiado controlada y un tanto intelectual, que no deja ni un pequeño doblez en los personajes (no en el protagonista, en los otros, por ejemplo en Erika, su novia) para espiar un poco qué les pasa o qué quieren y para que el resto de los personajes ejerza algún contrapunto con la deshumanización de Rettenberger.  Quizá haya sido esa la intención: mantenernos afuera de la historia, que no nos sumerja, entender que el control lo está teniendo el director y no nosotros.  Y creo que en este punto pasa lo mismo (groseramente hablando) que con El Cisne Negro: La película llega a tener el mismo carácter que el personaje (aquí personaje frío, película fría, allí personaje frígido, película frígida) como si no se pudieran separar para lograr una textura un poco más compleja, un poquito más humana.

Mi escena favorita: La secuencia del encuentro con el viejo, sobre el final de la película, cuando en un momento lo vemos al viejo ya maniatado en plano contrapicado muy hitchcockiano que anticipa que algo va a pasar, que ese no es un simple anciano desvalido.  Esa escena, desde el comienzo, cuando Rettenberger le roba el auto y le lleva la bolsa (sí, las dos cosas, eso sí es humano), me parece genial.


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