lunes, 2 de abril de 2012

BAFICI 2011: Mammuth, de Gustave de Kervern y Benoît Delépine.








ROMPECABEZAS
por Nadia Marchione

Armar un rompecabezas de 2000 piezas es una ardua tarea, pero puede ser nada comparado con recolectar y ordenar certificados, recibos y papeles varios para lograr una jubilación.
En Rompecabezas, una película argentina estrenada hace unos años, Natalia Smirnoff presenta a un ama de casa que encuentra refugio para su rutina diaria en el armado de rompecabezas, luego de recibir uno como regalo de cumpleaños.  Aquí, en Mammuth, de Gustave de Kervern y Benoît Delépine, también aparece un rompecabezas.  Y también ese objeto evidencia un quiebre, un cambio en el personaje principal, ya no como motor de ese cambio -como sí pasa en Rompecabezas- sino más bien como reflejo de algo, casi como una metáfora de lo que viene, de lo que se avecina tras la jubilación de Serge.

Y lo que viene entonces es la dificultad, intentar afrontar ese “tener más tiempo” que significa estar jubilado, ese llenar horas de ocio que antes ocupaba un trabajo rutinario, ese amoldarse a una nueva vida que se supone más “relajada” (así lo dispone la imagen común que cualquiera tiene de un jubilado, mucho más cercana a los ancianos que en una escena atropellan en masa a Depardieu y casi lo arrastran adentro de un bus de excursiones de esas que, justamente, se hacen para “jubilados”, que a Depardieu mismo, o a Serge en todo caso, ese personaje que desempolva su moto y sale por las rutas a toda -su- velocidad).

Pero es Serge y no cualquiera quien se jubila, un gigante, un mamut intentando armar un rompecabezas con sus grandes manotas, que trata de ordenar papeles con su poca experiencia burocrática (“debería haber venido mi mujer” le dice en un momento a uno de sus ex empleadores, explicándole su confusión ante tanto papelerío), ese hombre enorme que intenta pasar un changuito entre dos autos y lo “encastra” a la fuerza, y lo deja ahí, entre esos autos con las puertas ahora seguramente más que rayadas, como en un rompecabezas excedido, con las piezas desbordadas.  Como desconociendo las reglas del juego, forzándolas para que todo cuadre, aunque las proporciones no den, aunque el espacio vacío no alcance, aunque su cuerpo y su circunstancia desborden a cada rato ese pequeño hueco que se supone que un hombre “retirado” debería ocupar, ese pequeño espacio delimitado a dejar pasar el tiempo sin más, como, se supone, también, hace quien arma un rompecabezas.

Y ese desborde, evidenciado en la corporalidad de Serge, un Gerard Depardieu que excede la pantalla con su magnífica actuación, desapareciendo él -acto de generosidad absoluta, de un actor realmente gigante- para darle vida a ese Mammuth que, de paso y casi sin darse cuenta, aprovecha su viaje buscando papeles y salda cuentas con el pasado, ese que había quedado suspendido (como uno suspende el armado de un rompecabezas que empieza y retoma cada tanto, en los ratos libres), y que el ocio de la jubilación le permite revisitar, ahora transformado por la vejez (la escena de la “cambiadita” con el primo y el acomodo de las manos artrósicas de ambos es grandiosa) y la experiencia (esa que hace que no sea un dilema moral ningún acercamiento a otras mujeres -incluyendo su sobrina- que no sean su esposa).

Como esas esculturas que hace su sobrina con muñecas viejas o como esa pila de trozos de papel unidos por fetas de jamón que le regala él a ella cuando se va, Serge está hecho de trozos de vida pegados unos a otros, algunos que encastran naturalmente y otros que se encastran a la fuerza; está hecho de partes de pasado, de tantos pedacitos como caben en ese cuerpo gigante, de trozos de distintos lugares, formas y colores, que forman un todo armonioso enorme, lleno de matices otorgados, por qué no, por esa particular manera de ordenar las piezas, como se puede, como sale, como en la vida misma.

Y es la película misma la que está articulada como un rompecabezas de innumerables trozos, de escenas memorables: la del restaurante, el diálogo entre Depardieu y el carnicero del supermercado, la escena de la mujer de Serge sola al teléfono y la de los vinos, sólo por nombrar algunos ejemplos; de personajes maravillosos que no le temen al absurdo (no sólo Serge, sino también su mujer, que puede resultar repulsiva y muy graciosa al mismo tiempo, cosa que también pasa con su sobrina, y algunos ex empleadores muy particulares que generan situaciones de una comicidad patética casi perfecta).

Es entonces también una dificultad en sí misma hablar de Mammuth sin dejar afuera tantas cosas que dispara, tantas lecturas posibles.  Habrá que arriesgarse y terminar acá, dejar que las piezas se ordenen solas, que las cosas encuentren su lugar propio o no, ordenarlas cada cual a su manera, la que le salga, como Serge con sus recibos de sueldo, como su sobrina con sus muñecos, y como estoy intentando hacer yo con estas líneas que de a poco desbordan, exceden y dan lugar a las palabras de más.  Será mejor dejar ahora ese espacio vacío de la pieza faltante, esa que no se sabe si está entre las otras y todavía no encontramos o simplemente se perdió por ahí, diminuta entre las cosas gigantes.  Ese espacio que sólo se completa con la visión de la película. O no. Quién sabe.

Mi escena favorita: Depardieu puteándose de mil maneras posibles con un carnicero igualmente gordo y gigante como él, heladera de por medio, en un supermercado, en un tono tan sutil que casi pasa desapercibido.  Me reí mucho con esa escena.


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