jueves, 21 de junio de 2012

Caso 3: La Fée, de Dominique Abel, Fiona Gordon y Bruno Romy, por Nadia Marchione

Cuestión de Fée


El clown es mágico.  Logra la magia de ese tipo de espectáculos que viéndolos hoy, aquí  y ahora, sin efectos de posproducción, nos asombran.  El clown tiene activado y logra activar en el público la mirada primera, curiosa, sensible y despierta de un niño.  El clown es tierno y a la vez inteligente, no es infantil, usa todos los recursos que su vida adulta le proporcionaron.  Pero los usa sólo como el clown sabe hacerlo.  Y jamás pierde la capacidad de sorpresa.  Y el clown ante todo cree.  Cree sin ser crédulo.  Cree en sí mismo, en lo que ve, en lo que oye, en el otro y en su entorno. 

En La Fée, Fiona sostiene que es un hada.  Y nunca llegamos a saber si es realmente un hada o está un poco loca o un poco de cada cosa.  Así, como el clown, La Fée es  mágica sin efectos.  Tierna e inteligente, con un tipo de humor físico que sólo puede lograrse con un entrenamiento muy preciso, sensible y ajustado.  Y con el cuerpo nuevamente aparece la figura del clown.  Cuerpos despiertos, plásticos y flexibles que dan paso a la magia dentro suyo.  Dan paso a que la magia los atraviese y lograr figuras extrañas pero no imposibles.  Que maravillan al ojo del espectador con sólo trocar un poco el nivel social de las figuras.

Y La Fée es puramente cinematográfica.  Sucede que, no obstante recordar al clown (cuya tradición remite fundamentalmente a lo teatral), remite más a sus parientes de celuloide, a aquellos que hicieron con el clown fantasías de cine, que jugaron con imágenes, puestas de escena y puestas de cámara.  A aquellos que como Jacques Tati volvieron palpable la magia instalada en los pequeños trucos de encuadres, haciendo chistes con detalles que sólo el ojo de una cámara puede elegir mostrar.

Y no podemos hablar de La Fée (tampoco del clown, otra vez) sin mencionar la importancia de la música.  La banda sonora, la elección de las repeticiones, del ritmo y de las melodías, está pensada en esta película para que sea un actor más, otro cuerpo plástico que se adapta a la película para respirar con ella.

En La Fée Dominique y Fiona (sus nombres en la vida real, nombres que también mantienen en sus otras películas, como los clowns mantienen su identidad a través de los diversos espectáculos) se conocen, se enamoran y hasta tienen un hijo.  Pero esto no es lo importante.  En La Fée lo importante no es lo que se cuenta sino cómo, la elección de este modo particular y personal de ver el mundo como lo ve un clown, con los ojos bien abiertos, mirando de frente, y siempre siempre, por sobre todas las cosas, creyendo.

Mi escena favorita: La coreografía armada en torno a un auto, una moto, ellos, y el bebé, donde lo puramente artificial de los decorados, los efectos y el movimiento está puesto en función del ritmo de sus cuerpos y de algo que también hace mucho el clown: tranquilizar al público, decirle algo así como "todo lo que ves está bien, el riesgo aparente es sólo parte de la diversión, no es real".




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