Cuestionario Trauma Cinéfilo
1) ¿A qué le tenés miedo?: A la oscuridad y a los hombres - gato.
2) Tus 5 directores favoritos:
1-Howard Hawks
2-Roberto Rossellini
3-Eric Rohmer
4-Raoul Walsh
5-Nicholas Ray
3) Tus 10 películas preferidas:
1- El rayo verde, de Eric Rohmer.
2- La ventana indiscreta, de Alfred Hitchcock
3- El pirata, de Vincente Minnelli.
4- Más allá del olvido, de Hugo del Carril.
5- Viaje por Italia, de Roberto Rossellini.
6- Cuando Harry conoció a Sally, de Rob Reiner.
7-Perdidos en Tokio, de Sofía Coppola.
8-El mago de Oz, de Victor Fleming.
9-El romance del Aniceto y la Francisca, de Leonardo Favio.
10- El verdugo, de Luis García Berlanga.
4) Una película perfecta:
La adorable revoltosa, de Howard Hawks.
5) Un director al que detestás: Lars Von Trier.
6) Un amor platónico cinéfilo: Obvio que Cary Grant, ¿quién más?
7) ¿Qué es para vos el cine?: Un amor.
8) ¿Cuál fue el máximo de películas que viste en un día?: 5, creo, que en algún festival. Mucho no me acuerdo, gracias que las retengo cuando las veo de a una.
9) Tu mayor trauma cinéfilo: La bruja Maléfica de La bella durmiente. La más mala de todas, más que Joan Crawford. Todavía la veo y me pongo a llorar.
10) Una película que descubriste últimamente: Hell is for Heroes, de Don Siegel. Masterpiece. Y eso que el cine bélico no es mi plato preferido.
11) La película que nunca terminarás de entender: El origen. (Me quedé pensando: ¿Qué son los sueños?... Mmmm Eso o... ¿Para qué hizo esta mierda? No me acuerdo.
12) La película que más veces viste: Titanic, 8 veces en el cine. En televisión algunas varias que me da fiaca enumerar.
13) La película que te da vergüenza decir que te encanta: Novia se alquila, un clásico de los 80.
14) Una película de la que te levantaste y te fuiste: Irreversible. Demasiado para mí.
15) Una película que detestaste y después te terminó convenciendo o viceversa: Me gustó bastante La amante del teniente francés la primera vez que la ví. No sé en qué estaría pensando. Después me quise matar.
La vida es sueño
(nota publicada en la revista El Amante)
Surgido
del seno de un hogar europeo, la mirada del extranjero se hizo carne en
Vincente Minnelli, aún en el seguimiento de una tradición tan americana como la
del musical. De padres dedicados al teatro de vaudeville, Minnelli fue primero
fotógrafo y diseñador de carteles en el cine, para luego diseñar escenarios y
vestuarios en Broadway. En los 40 sería el famoso Arthur Freed quién lo
llevaría a Hollywood para dirigir números musicales en la MGM. Estuvo dos años
entre bambalinas, familiarizándose con la técnica cinematográfica, sobre todo
con el manejo de las grúas, consolidando así una asombrosa habilidad técnica.
Su
debut en la dirección llegaría en 1943 con Una
cabaña en las nubes, ópera prima que expresó el trabajo de la unidad
musical de Freed y representó la continuidad de lo que se había iniciado con El mago de Oz. Amante del arte y la
cultura europea, Minnelli impregnó con ese amor todas sus obras. Extrema, casi
superlativa, su idiosincrasia cosmopolita le permitió desfilar con tacto
exquisito por géneros tan cercanos a la sensibilidad femenina como el melodrama
o el musical.
Como
lo destacan las apreciaciones laudatorias del crítico cubano Guillermo Cabrera
Infante, ese gesto se hace notable en el retrato de sus personajes masculinos.
Románticos incurables que colisionan contra un mundo de reglas estrictas,
reglas de conducta, de moral y de compromiso social. Los hombres de Minnelli,
sobre todo los jóvenes, siempre desafían ese estado de cosas, poniendo en
crisis una idea de virilidad que se había hecho dominante desde la posguerra.
El Tommy de Té y Simpatía es agredido
por sus compañeros de estudios porque no le gusta el fútbol y prefiere pasar
sus tardes escuchando música clásica y escribiendo cuentos de amor y aventura.
El rechazo a su mera presencia representa el profundo temor que inspira quien
resulta diferente y, por lo tanto, incomprensible, como lo escenificaría la
crisis de valores de la era Vietnam. En Brigadoon,
otro Tommy encuentra en ese pueblo de ensueño su verdadera vida, aquella que le
resulta tan extraña en la Nueva York áspera de los 50.
La
atracción de Minnelli hacia lo onírico y lo festivo parecía una especie de
antídoto contra la intensa soledad que lo embargaba a menudo. Y esa incomodidad
que genera el saberse fuera de lugar, fuera de tiempo, es la que conduce a sus
personajes a indagar en su interior, buscando la verdadera razón de su falta de
pertenencia. El Minnelli outsider,
aún en el seno del sistema de Estudios, fue el más claro reflejo de una de las
carreras más personales dentro de Hollywood, que muchas veces le valió el
olvido o la subestimación. Su estilo visual sofisticado, casi en las penumbras
de un mundo semi-real, donde la realidad y la fantasía conviven en tregua nunca
enteramente armoniosa, fue la consciente cristalización de sus ideales.
Como
muestra el análisis preciso del filósofo francés Gilles Deleuze, Minnelli se
caracterizó por la utilización constructiva del color para poner en escena sus
aspiraciones. Los colores, intensos, arrebatados, surrealistas, aparecen en
pantalla de manera dramática, en relación al estado de ánimo de sus personajes
y en consonancia con la atmósfera de la situación que se está narrando.
Etéreos, se aíslan de manera ostensible, casi brutal, y se combinan potenciando
en sobremanera el aura sentimental de la obra.
Minnelli
fue el soñador extravagante por excelencia del cine clásico. Su pasión febril y
su romanticismo audaz lo llevaron por un camino de profunda desilusión respecto
al mundo que lo rodeaba. El itinerario de su filmografía, sobre todo a partir
de mediados de los 50, marca su creciente desasosiego sobre una realidad que lo
hacía sentir impropio, débil y hasta con rasgos de hipocresía. Su descontento
con los prejuicios sociales que muchas veces dictaban las revisiones a sus
guiones, amparadas en las exigencias de la taquilla, lo fue haciendo más
resistente.
¿Cómo
logró tal cantidad de obras íntegras, audaces, incómodas y excepcionales en un
sistema tan rígido, tan atado a los convencionalismos? Pues porque los grandes
talentos han sabido sortear con tino y astucia las barreras que se anteponían a
la fluidez de su expresión. Porque el buen gusto y el refinamiento del que
tanto han hablado los críticos era en realidad una mirada lúcida e inteligente
sobre una realidad que se tornaba cada día más opaca. Sin solemnidad ni falsa
indignación, Minnelli fijó la atención sobre los asuntos que más fervor le
habían despertado, haciendo la poesía cinematográfica más auténtica que pudiera
jamás haberse proyectado.
Modesto
en sus declaraciones, se ha hecho soberbio en sus imágenes, que desnudan un
sello inconfundible, conseguido a fuerza de talento y sacrificio. Un oficio
aprendido con maestría y dedicación, coronado con una monástica dedicación a
los detalles y los ribetes finales. Sin prisa, este alegre italoamericano nos
contagió su risa y sus lágrimas, nos prestó sus sueños, nos regaló la belleza
de sus imágenes, nos inundó con su amor por el cine, nos enseñó la desazón y la
renuncia. Nos hizo sentir que durante dos horas, en esa sala oscura y
silenciosa, podíamos ser parte de una vida mejor, más íntegra, más colorida,
más verdadera, como sólo el cine y los sueños pueden demostrarlo.
Paula Vazquez Prieto.
Quienes
aún no han entrado al universo de Minnelli, pueden hacerlo con sus highlights en cada género, aquellos
títulos que mejor lo representan: La
rueda de la fortuna (Meet me in St. Louis, 1944) y Brindis al amor (The Band Wagon, 1953) en el musical; Cautivos del mal
(The Bad and the Beautiful, 1952) y Dios
sabe cuanto amé (Some Came Runing, 1958) en el melodrama; y El padre de la
novia (Father of the Bride, 1950) y Designios
de mujer (Designing woman, 1957) en la comedia.
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