Cuestionario de Trauma Cinéfilo:
Marcos Vieytes
1) ¿A qué le tenés miedo?: A la imposibilidad de
comunicarse.
2) Tus 5 directores favoritos: John Ford, Claude
Sautet, Kiyoshi Kurosawa, Luis Buñuel, Werner Herzog.
3)
Tus 10 películas preferidas:
1- License to Live (K. Kurosawa)
2- César et Rosalie (C. Sautet)
3-
La hora de religión (M. Bellocchio)
4-
Ensayo de un crimen (L. Buñuel)
5-
El gran éxtasis del escultor en madera Steiner (W. Herzog)
6-
Love Streams (J. Cassavetes)
7- Close Up (A. Kiarostami)
8-
El fantasma y la Sra. Muir (J. Mankiewicz)
9- The Time That Remains (E. Suleiman)
10-
Regreso a casa (M. de Oliveira).
4) 1 película perfecta: Ninguna. Si es perfecta, es cerrada. Y eso significa
que no podría entrar o salir de ella. Ninguna de las votadas en el punto
anterior lo son, ni puedo asegurar que la lista vaya a ser igual dentro de algunos
meses.
5) 1 director al que detestás: Spielberg, quizás.
6) 1 amor platónico cinéfilo: Romy Schneider.
7) ¿Qué es para vos el cine?. Una forma que piensa. Lo dijo un francés, no sé si
Godard, Comolli, Deleuze u otro.
8)¿Cuál fue el máximo de películas que
viste en un día?. Creo que cuatro.
9) Tu mayor trauma cinéfilo: Como en la pregunta 6, tendríamos que precisar lo de
‘trauma cinéfilo’. El cine no me ha causado ninguno, más bien me ha permitido
lidiar con ellos. Si pienso en el trauma como una herida o marca psicosomática,
revivo experiencias de esa índole en muchas de mis películas preferidas.
10) 1 película que descubriste
últimamente: Le ciel esta a vous, de
Jean Gremillon.
11) La película que nunca terminarás de
entender: No me desvelo por
entender, en tanto racionalizar, por completo ninguna película. Me gusta
entender las películas con el cuerpo o con el inconsciente, que son
inagotables, así que mis películas preferidas son películas que espero no
terminan de entender nunca. Si ello sucediera, no podría comunicarme con ellas,
me aburriría, y dejarían de ser mis películas preferidas.
12) La película que más veces viste: No sé si El padrino o Un corazón en invierno.
13) La película que te da vergüenza
decir que te encanta: Cuando una
película me encanta, no me da vergüenza decirlo. En este momento -porque el
encantamiento no es duradero así que no corre para mis películas preferidas-
estoy encantado por A Dangerous Method, de David Cronenberg.
14) Una película de la que te levantaste
y te fuiste: Medianeras.
15)
Una película que detestaste y después te termino convenciendo o viceversa:
La primera vez que vi
Habemus Papam no me gustó, y la segunda vez sí.
No recuerdo ningún caso inverso.
La crítica de lujo de Marcos Vieytes
Hustle, de Robert Aldrich
Otro masazo de Robert Aldrich. Escribo esto pensando en
Samuel Fuller. Más específicamente, en el plano de apertura de Calle sin retorno. Ese en el
que un primer plano nos muestra un golpe de martillo sobre la cara de un negro.
Flor de recibimiento para el espectador. Pero creo que Aldrich es un poco más
sentimental que Fuller, aunque no sé si los Aznavour y Lelouch que andan por
aquí son más cursis que el cantante glam-pop de Keith Carradine en la última
película del tío Sam. Acá la cosa empieza con un plano de la Denueve en un balcón de
madera. La cámara la toma en picado desde el aire. ¿Desde dónde está filmando
Aldrich? Ese plano, como es fijo, debe ser en estudio. Pero después viene uno
desde un helicóptero, y luego vuelve al plano fijo. ¿A qué obedecen estos
cambios? Me recuerdan, otra vez, a Fuller, y su White Dog: la mezcla de clasicismo y
autoconciencia deliberadamente bruta expuesta cuando filman una escena
veneciana con backprojecting, hacen un chiste que involucra a Truffaut y, con
él, la amorosa pero afectada cinefilia francesa, hasta que el perro blanco del
título siembra el caos. Una de esas groseras exhibiciones del artificio,
caligrafías de brocha gorda, se da en Hustle con los edificios en blanco y negro
que se ven a través de la oficina de Ernest Borgnine, aunque toda la película
es en color.
Lo que pasa es que
esto es un noir, y de los más pesimistas que se hayan filmado. Terrible noir,
romántico y desencantado como su duro protagonista, que tiene la obstinada
manía de enamorarse perdidamente o de amar para perderse. El afiche de la época
quiere venderlo como un thriller sexual. Burt Reynolds y Catherine Denueve parecen
estar allí en una de aventuras parecida a las que filmaba Belmondo por esa
época, pero acá no hay aventura posible. Europa, mas particularmente Roma y
París, aparecen como paraísos o regresos inaccesibles para el policía
divorciado que una vez estuvo allí trabajando, y para la puta de lujo que no
vuelve porque en Los Angeles gana mucha más plata que allá, aunque extraña los
restaurantes. En un momento dice que los McDonald's nunca llegarán a Francia, a
lo que Reynolds le contesta que lo mismo dijeron de la Coca-Cola. EE.UU.
está podrido y lo pudre todo. Reynolds se lo dice sin vueltas al padre de una
piba muerta: "¿No olés las bananas? Esto es Guatemala con tele a
color." El tercer mundo no existe y Europa aparece como una quimera. El
destino es el mismo para todos y está implícito en este comentario de Reynolds:
"Mi viejo estuvo en la
Guerra Civil Española. Dijo que los españoles se mueren de un
ataque al corazón, los franceses, alcohólicos, y los norteamericanos de
entusiasmo."
El padre de la chica muerta
es Ben Johnson, que no encarna un pasado idealizado como en The Last Picture Show, de Peter
Bogdanovich, sino un pasado enfermo, mediocre, insatisfecho, de clase media
baja. Volvió de la guerra de Corea trastornado, su mujer le puso los cuernos
mientras lo sometían a electrochoques en un psiquiátrico, crió a una hija que
adoraba sin saber que no era el padre biológico, la vio abandonar la casa, le
avisan en la cancha que se suicidó, y se entera de cosas que no tranquilizarían
a ningún padre. Del lado de la ley hay un policía blanco y otro negro. Uno que
ya no cree en nada y otro que se desespera por creer (en la justicia y esas
cosas). Uno que está divorciado, es padre de un hijo de 10 u 11 años al que no
ve (ni él ni nosotros) en toda la película, vive con una puta que atiende una
hot line adelante de él, y tiene que decidir si investiga las conexiones de la
chica muerta con la prostitución, la pornografía y el abogado de un sindicato,
o se hace el boludo. El otro es un negro. Vale decir, está pintado. Es al que
Aldrich le da más ideales, pero eso ni siquiera alcanza para que tenga vida
privada.
Como toda película de
Aldrich, Hustle es imperfecta, desprolija, intensa (no
por nada es uno de los contados cineastas estadounidenses que valoró el
grotesco). Pero nada está al pedo. Y dice las cosas como son, sin anestesia,
sin vueltas, sin disimulo. Va al frente, se expone, no quiere fingir. No hay
final feliz. De algún que otro poderoso alguien puede vengarse, pero para salir
indemne hace falta mucho culo, o la ayuda de alguien que esté dispuesto a
perder todo lo que tiene, hasta la propia vida. Reynolds es como los personajes
románticos que Bogart disfrazaba de cinismo, y casi que prefiere ver la ballena
del Moby Dick de Huston por televisión, a coger con
el minón que tiene a su lado en la cama. La película no es cruel, es impiadosa.
Hay ciertas cosas que no se pueden ocultar aunque duela decirlas, o revelarlas.
El momento en que le muestran la película a Ben Johnson es terrible, pero la
dureza está en el hecho, no en cómo se lo filma. Porque Hustle no es perversa. No hay morbo en ella,
sólo tristeza y nostalgia por un tiempo quizá inexistente en el que las cosas
fueron puras, o por un mundo en el que debieran serlo, o por una vida en la que
ese deseo no nos torture.
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